El viaje de Ozymandias (V). El amputador de impuros brazos.
Quinta batalla de la segunda cruzada azkabanita.
La guerra en Azkaban estaba tocando a su fin. Uno tras otro, los enemigos de los necrontyr sucumbían ante su inconmensurable superioridad tecnológica y militar. Nada podía hacer frente a los seres inmortales mientras sus pilones volvían a erigirse, ceremoniales, en lo alto de las ciudades. La disformidad menguaba por momentos.Las razas orgánicas estaban
empezando a extinguirse ante la potencia de fuego y el pasar del tiempo. Lo que
no podía ser vencido por las armas terminaba en ruinas a causa de la entropía,
y los innumerables monumentos de la gran dinastía Nihilak volvían a cubrir el planeta.
Así es como el primer levantamiento rebelde fue una sorpresa. Los esclavos humanos capturados empezaron a organizarse y, pese a los esfuerzos de los capataces canópticos por mantener el orden, algunos de estos primitivos seres empezaron a protestar violentamente contra el dominio de sus amos necrontyr.
Ozymandias, Gran Rey, soberano de
Menphis Prime y Guardián Nihilak, no entendía por qué esta raza protestaba contra
la magnanimidad que los necrones habían mostrado. Incluso les había perdonado
la vida y ahora, le traicionaban. Estaba claro que las lecciones del pasado
tenían algo de razón: solo el temor devolvería a los esclavos a su lugar
natural.
Ozymandias empuñó su arma mientras, en el exterior de los templos, comenzaba la revuelta. Las masas de cultistas se abalanzaron sobre los escasos necrones que montaban guardia en el templo solar de Azkaban, donde los principales pilones de defensa ya estaban instalados. El rey ordenó a su falange de necroguardias que se dispusiese alrededor del templo y que mantuviesen la posición a toda costa, mientras los inmortales se apostaban en los techos para abatir a todo cultista que se acercase.
Pronto cayó sobre ellos una
tormenta de fuego, producida por las armas de minería que los humanos habían
robado. Pero lo peor no vino en forma de balas, sino por las garras de un
montón de criaturas tiránidas que, de la nada, atacaron el templo y treparon
por los muros para destruir a los inmortales. Ahí estaba la respuesta: los
cultistas habían sido presa de la maldición del culto genestealer. Y Ozymandias
no iba a permitirlo.
Los necroguardias agarraron a los
genestealers antes de que estos pudiesen acabar con más de tres inmortales y
los despedazaron. Después alzaron sus escudos y se colocaron en formación,
dispuestos a ser el yunque contra el que se estrellarían las olas.
Los combates fueron encarnizados.
Oleadas y oleadas de cultistas irrumpieron en el templo y se estrellaron contra
la necroguardia, que los pasó a todos a cuchillo. Los monstruosos acólitos destrozaron
a la falange de inmortales, y numerosos constructos canópticos perecieron bajo
el fuego de las armas de minería.
No obstante, la fuerza de los
cultistas no tardó en apagarse y, tras numerosas bajas, se replegaron a sus
escondrijos donde los necrontyr, con el tiempo, los encontrarían. Demasiado
habían extendido su culto, y ahora Ozymandias había tomado una decisión: liberaría
a los destructores y pronto no quedaría de ellos nada mayor que un átomo.
Lo que Ozymandias no sabía, es que la historia no terminaría allí. Mientras Zekelkan, su Guardia Real, añadía su nuevo título de Amputador del Impuro Brazo a la panoplia, naves negras y tentaculares empezaban a cubrir el cielo. Parecía que volvería a haber guerra, y el carne y acero volverían a chocar. Perfecto: una nueva oportunidad para acrecentar la gloria del Imperio Infinito.
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