Biblioteca Necrontyr (II). The Twice Dead King.
Buenas noches a todos,
Retomo las reseñas literarias
para haceros una review de The Twice Dead King (2021), una pequeña saga de dos novelas (Ruin y Reign) escritas por Nate Crowley, el afamado autor de Severed (2019). Es, en este momento,
uno de mis autores favoritos de Black Library, la editorial que los publica.
¿Casualidad?
No lo creo.
Os he preparado un extenso
resumen del argumento intentando no soltar todas las perlas de las novelas por
si algún día os animáis a leerlas: pero ojo, porque de momento solo están
disponibles en inglés (y un inglés nada sencillo para dos libros de 283 y 306
páginas respectivamente). Si detectáis cualquier error, fruto sin duda de la
falta de sueño, no dudéis en indicármelo.
Ojo, que todo el texto a partir
de aquí INCLUYE SPOILERS.
¡Empezamos!
The Twice Dead King: Ruin (2021).
La novela acompaña a Oltyx, el desdichado hijo menor de la familia real de Ithakas. Oltyx es un líder supremo necrón con una personalidad impulsiva y desafiante: un verdadero dinasta que ha caído en desgracia tras un presunto intento de regicidio contra su padre: el Rey Unnas, phaeron de la dinastía. Tras estos acontecimientos, que se nos muestran solo como recuerdo, Oltyx ha sido excoriado (le ha sido arrancado el oro y la necrodermis plateada por la mano de su propio hermano Djoseras) y desterrado al planeta Sedh.
Sedh es un planeta fronterizo y
de nulo valor estratégico: un complejo de tumbas degradadas y en pésimo estado
que sobrevive a las incursiones de orkos que se producen periódicamente. La
novela arranca, de hecho, con los intentos de Oltyx de expulsar a los orkos.
Sin embargo, las armas necronas, en pura decadencia y abandono, no son
suficientes para detener a la marea verde. Oltyx concibe un plan: llevar a los
orkos hasta el interior de las tumbas y, allí, dejarlos a merced de los
desolladores. La dinastía Ithakas tiene un buen número de ellos, y pronto se
nos revelerá por qué: la dinastía estuvo presente durante la muerte del c’tan
Llandu’gor el Desollado.
El problema de los orkos se
incrementa y uno de los crypteks que acompaña a Oltyx, Mentep, muestra la
razón: hay una enorme migración causada por la guerra. En concreto, los orkos
han comenzado un Waaagh migratorio para escapar de una amenaza que les persigue
desde más allá del sistema: una cruzada humana. Cientos de miles de naves
imperiales están adentrándose en el sistema como, probablemente, una de las
cruzadas de la Era Indomitus. Con una potencia imparable tanto para orkos como
para necrones, Oltyx decide reunir al Concilio de Sedh y tomar una decisión.
Tras debatir con los nobles
desterrados (que incluyen a un líder destructor especialmente despiadado
llamado Borakka), Oltyx decide pedir ayuda a la dinastía. Quiere romper con su
destierro, volver a la capital (Antikef) y pedir ayuda a su padre Unnas y a su
hermano Djoseras para que convoquen a las legiones y se enfrenten a la cruzada
humana. Es un plan de enorme dificultad pues entre las dinastías necronas no se
perdona el incumplimiento del destierro.
Así pues, Oltyx viaja a Antikef y
aterriza en el exterior de la ciudad para evitar que le destruyan directamente
en la órbita. Su objetivo es reunirse primero con Djoseras, su hermano, con el
que no mantenía una mala relación, para que interceda por él ante su padre.
Encuentra a su hermano viviendo en soledad, lejos de la capital y entretenido
puliendo a sus Inmortales. Mantienen una conversación triste, en la que
Djoseras se niega a hablar con su padre puesto que no cree que este pueda hacer
nada. Oltyx desespera, pero, al menos, obtiene de Djoseras el permiso y los
medios para teleportarse dentro de la ciudad. Ha conseguido el salvoconducto.
Oltyx entra en Antikef y lo que
se encuentra es lamentable. La ciudad está abandonada y en pura decadencia. No
hay canópticos cuidando los antiguos monumentos de los reyes de Ithakas. No hay
nobles llevando a sus legiones. No hay nada de la gloria pasada. Solo hay
podredumbre y criaturas vivas, como insectos, que ya tendrían que haber sido
eliminadas por los canópticos de mantenimiento.
Y cuando entra en el palacio real
se encuentra lo peor. Un gran carguero está depositando un contenedor lleno de
detritus, heces y cuerpos en descomposición en el palacio: un carguero que
antaño llevaba los tesoros y las riquezas de Ithakas, y que volvía ahora con
muerte orgánica y suciedad, algo impensable para los estándares necrontyr.
Cuando entra en el palacio, Oltyx entiende por qué. El Rey Unnas ya no existe:
ahora es un desollador llamado Godeater (El Devorador de Dioses) que, rodeado
por su necroguardia y aconsejado por un primer ministro corrupto, gobierna la
dinastía. Este primer ministro es Hemiun, un antiguo médico necrontyr que, tras
la biotransferencia, se hizo pasar por cryptek y empezó a corromper a Unnas,
llegando incluso a hacerse con el poder en la sombra y expulsando a Djoseras de
su legítimo puesto como heredero al trono.
Oltyx entiende ahora por qué
Djoseras no quiere estar en la corte. Así pues, toma una decisión y, con un
poderoso salto, se abalanza sobre Unnas e intenta, por segunda vez, acabar con
el rey. Y por segunda vez, fracasa. Hemiun lo atrapa en un campo de estasis y
lo arrastra a las catacumbas, donde intenta desmembrarle. Le arrebata sus
escasos atributos de líder supremo, le activa los receptores de dolor y lo
tortura hasta sentir la propia experiencia de la muerte. Tras esto, Hemiun
organiza unos juegos gladiatorios y enfrenta a Oltyx contra numerosas bestias y
mercenarios: unas criaturas a las que Oltyx, pese a estar defenestrado y
herido, derrota sin esfuerzo. Cuenta con la ayuda de un pequeño escarabajo
canóptico que, durante todo este tiempo, ha reunido a las múltiples personalidades
con las que Oltyx contaba desde la biotransferencia. Gracias al canóptico,
Oltyx va actualizando su necrodermis y se va haciendo más fuerte.
Sin embargo, la mayor tortura
contra Oltyx no son el dolor ni los juegos gladiatorios: la mayor tortura es
comprobar como la dinastía ha caído en la mayor de las decadencias. El trono
ocupado por un monstruo, la corrupción de Hemiun y el resto de la nobleza, e incluso la podredumbre en los monumentos y el abandono de los
sistemas exteriores. Y entre todo esto, un ente monstruoso que se va filtrando
por la mente y los sistemas necrones: una dysphorakh fruto de los recuerdos
orgánicos de los necrontyr y cuya negra sombra se va arrojando poco a poco
sobre Oltyx y los demás.
En mitad de los combates, Oltyx
se siente regenerado de nuevo. Aprovechando que Hemiun se encuentra presente
observando los juegos, Oltyx vuelve a intentar escalar al palco real y
arrojarse sobre él para destruirlo. Y por tercera vez fracasa, atrapado de
nuevo en el campo de estasis. Sin embargo, su fracaso durará poco puesto que,
en ese momento, y revitalizado por su conversación con su hermano pequeño,
irrumpe en el palacio Djoseras. El hermano mayor se enfrenta a Hemiun y, a
diferencia de Oltyx, destruye al ministro sin mayores contemplaciones. Ha
llegado el momento de restaurar a la dinastía.
O eso piensan, puesto que ya es
demasiado tarde. La cruzada humana que Oltyx había venido a detener no solo ha
superado Sedh sino que ya se ha extendido por todo el sector. Sus naves más
poderosas, la Lystraegonian (Adeptus Astartes), la Polyphemus (Armada Imperial)
y la Tyresias (Adeptus Mechanicus), están asediando Antikef. Esa era la
verdadera razón por la que Djoseras había decidido intervenir. El enemigo
estaba a las puertas.
El imperio de la humanidad asedia
el mundo corona. Cientos de naves necronas y humanas se baten en órbita
mientras la poderosísima tecnología de Antikef mantiene a raya a la cruzada.
Poderosos escudos protegen a las ciudades y un enorme campo gravitacional hace
que las bombas y los torpedos humanos se queden inmóviles en la atmósfera sin
llegar a detonar. Sin embargo, se les acaba el tiempo: la energía empieza a
agotarse y, entre los dos hermanos, se ven obligados a defender el planeta con
los recursos desgastados de una dinastía en decadencia. Pese a las cohortes
infinitas de inmortales o una columna de serapteks que destrozan a las fuerzas
humanas, estas superan en número a los necrones. En un glorioso momento, el
propio Djoseras interviene en el frente, destruyendo un Titán Warlord con un
único disparo de su flecha taquión.
El asalto prosigue y los dos
hermanos se ven obligados a replegarse hasta el palacio real, donde tendrá
lugar la última de las defensas. Luchan con fuerza hasta que intervienen los
Marines Espaciales, que decantan definitivamente la balanza hacia el lado
imperial. Djoseras pide a Oltyx que se vaya, que sobreviva y que, en su nombre,
restaure a la dinastía Ithakas entre las estrellas. Confía en él, como el más
joven y tenaz de los hermanos, para que devuelva la gloria pasada a su gente.
Oltyx acepta y se marcha. Lo
último que ve de su hermano es cómo un capitán marine espacial se arroja sobre
él y luchan a muerte. Oltyx se retira a través de los pasillos del palacio,
donde la podredumbre y la sangre todavía le llega a los tobillos. Le persiguen
algunos marines espaciales que, sin embargo, son pasados a cuchillo por los
desolladores que moran en el interior de las tumbas.
Finalmente, Oltyx alcanza la
cúspide del palacio real. Y allí, junto a una aeronave guadaña de altísima
tecnología y poder destructor (el Accipritine Aeon), se encuentra a Unnas y a
sus necroguardias, que están esperando pacientemente a que el dinasta haya
saciado su hambre de carne, antes de llevárselo a un lugar seguro. Cuando Oltyx
aparece intercambia varias miradas con la jefa de la guardia: una mirada que
entiende perfectamente. Oltyx se acerca a Unnas mientras los necroguardias se
apartan ante él y, con un golpe de su arma, destruye definitivamente a Unnas.
Muerto el Devorador de Dioses y también su hermano mayor, Oltyx se convierte
ahora en el Rey de Ithakas.
Monta en el Aeon junto a los doce
necroguardias y se marcha del planeta asediado. No obstante, no lo hará sin una
pequeña venganza. La aeronave es recogida por un Acorazado Cairn camuflado
llamado Akrops: la nueva nave insignia de la dinastía Ithakas. En el momento de
marcharse, sin embargo, el Akrops está rodeado por la flota enemiga y sus
motores fallan. Para impulsarse, Oltyx ordena soltar una supernova dimensional
sobre el planeta Antikef.
La estrella destructiva consume
completamente el planeta y lo destruye, así como a todos los humanos y las
naves que se encontraban demasiado cerca. El Akrops sale disparado en dirección
opuesta y embiste al Polyphemus humano, destruyendo su puente superior y
llevándose consigo el águila imperial que decoraba su proa.
Con el águila dorada de los
humanos, Oltyx mandará a los canópticos que reconstruyan su cuerpo. Y así corrige su excoriación: ahora viste la plata de los líderes supremos y el oro que
todo phaeron debe poseer. Ahora el futuro de Ithakas depende de él.
The Twice Dead King: Reign (2021).
La segunda parte de esta apasionante
saga continúa observando a Oltyx, el nuevo rey de la dinastía Ithakas, que ha
reunido a los pocos supervivientes del ataque humano bajo un mismo estandarte.
A bordo del Akrops, el mayor acorazado de la flota, Oltyx recibe a todas las
naves que la dinastía ha podido reunir antes de la desaparición de la capital.
Junto al Akrops se encuentran
navíos del planeta Sedh, tripulados por su amigo Yenekh o el cryptek Mentep,
así como diversas flotillas que proceden de todas y cada una de las criptas que
servían a Unnas. También vienen dinastías vasallas e incluso un navío fantasma
tripulado exclusivamente por canópticos. Sin embargo, el visitante más
apreciado y misterioso es Zultanekh, un príncipe de la dinastía Ogdobekh con la
que Ithakas había mantenido una larga guerra antes de la biotransferencia.
Ahora, sin embargo, la cercanía de la inmortalidad y el respeto a sus rivales se
ha impuesto por encima de las viejas rencillas.
Una de las primeras labores que
debe acometer Oltyx es conseguir el liderazgo de toda la flota. Hay muchos
nobles entre las naves y, tras un violento combate con Duamehht, la soberana de
una de las casas menores, Oltyx consigue obtener algo de respeto. Un respeto
que está más que cuestionado, puesto que nadie sabe qué deben hacer ahora. No
hay ningún rumbo. No hay esperanza. Nadie sabe qué puede hacer ahora una
dinastía que ha perdido su hogar ante el imperio de la humanidad.
Y ese es el segundo problema de
Oltyx. Las naves humanas les están buscando: la flota de la cruzada sigue
siendo la mayor amenaza del sector. Los motores del Akrops siguen dañados, sin
que ningún criptek (excepto el de los Ogdobekh) sepa qué les pasa, y es
entonces cuando la flota humana les encuentra. Cientos de naves emergen de la
disformidad y se produce una batalla naval sin precedentes. La solución aparece
de la nada: uno de los nobles recuerda un artefacto planetario diseñado por la
dinastía Mephrit que servía para lanzar asteroides desde un sector galáctico a
otro. Su plan: instalar al Akrops y al resto de la flota en dicho artefacto y
arrojarla fuera del sector. Ni a los orkos se les ocurriría un plan mejor.
Tras abrirse paso entre la flota
humana gracias a algunos saltos de teleportación necrona, la flota de Ithakas
consigue despistar a los humanos y llegar al artefacto. Sin embargo, antes de
que hayan podido descifrar los códigos Mephrit para poder impulsarse, las naves
humanas vuelven a dar con ellos y utilizan la disformidad para atacarles y
conseguir el control de la catapulta espacial. La batalla es épica y, en esta,
la fragata Tyresias del Mechanicus es destruida gracias a una escolopendra
cósmica de los necrones que, pese a ser un constructo minero del tamaño de un
satélite, consigue salir de una puerta dimensional y abrazarse con sus tenazas
al navío. Sin embargo, también la flota necrona ha perdido un buen número de
naves.
Utilizando el artefacto, la flota
de Ithakas consigue librarse finalmente de la cruzada humana y va a parar al
sistema Carnotite, el lugar que el cryptek Mentep había elegido como puerto
seguro desde el que seguir su viaje. Es un planeta volcánico completamente
yermo, con aspecto de cerebro, donde Mentep ya había estado antes y donde le espera un antiguo conocido:
un psicomante de lo más peligroso que les recibe bajo falsas promesas. La
conversación no puede ser más siniestra, y allí se revela como fue en el mismísimo Carnotite
donde los necrones, y en concreto Mentep, diseñaron el arma con la que
destruyeron a Llandu’gor. Allí, en Carnotite, fue donde empezó a gestarse la
maldición del desollador.
Aterrados por su descubrimiento,
los supervivientes de Ithakas intentan abandonar Carnotite. Lo hacen tras
conseguir un pacto con el psicomante, que los deja marcharse a través del
Viento fantasmal (Ghostwind), una dimensión paralela de los necrones que pueden
utilizar para viajar hacia el lugar que el destino les reserve. Un destino que
ya está grabado en la propia psique interna del acorazado Akrops. Su destino no es
otro que Drazak, la capital del Reino de los Huesos del antiguo Rey Valgûl.
Cuando Oltyx vuelve a su nave
para el viaje y descubre que el Viento fantasmal les lleva a Drazak, monta en
cólera. Las bajas de la dinastía han sido inmensas y donde los necrones no han
perecido en su lucha contra los humanos sí que lo han hecho por caer en la
maldición del desollador. Cientos de miles de sus camaradas se están convirtiendo,
desde que abandonaron Antikef, en los siervos de Llandu’gor. Oltyx maldice a su
padre Unnas y al Akrops, pues ahora lo comprende. Unnas viajó en el Akrops
hacia la Puerta de Sokar. Y allí, varias dinastías se reunieron con toda su
fuerza para matar a Llandu’gor. Y lo consiguieron. Pero todas ellas fueron
malditas y el número de desolladores no ha hecho sino crecer.
El Akrops, con el resto de la
flota, se introducen en esta dimensión alternativa: un espacio negro
desprovisto de luz o de estrellas donde no existe referencia o guía alguna.
Viajan a través de la más profunda de las noches. Y cuando piensan que ya están
marchando hacia su destino, la disformidad rompe los cielos nocturnos y la
cruzada humana vuelve a aparecer. Oltyx piensa que algún traidor debe estar
revelando su posición a los humanos, pues no es normal que puedan encontrarles
incluso más allá de las dimensiones de la realidad. El motivo es otro: el oro
que cubre a Oltyx, que procedía de la proa decorada del navío Polyphemus,
estaba cubierto por el polvo de los huesos de muchos santos y santas humanas.
Un polvo psíquico que los humanos estaban rastreando para dar con ellos y
recuperar tanto las reliquias de sus santos como el oro perdido. Y parecían tontos los primates.
El asalto humano lo encabeza el
Lystraegonian, la nave de los Adeptus Astartes. Una compañía entera de marines
espaciales aborda el Akrops y comienza una batalla en el puente en la que los
necrones son arrasados. Solo Oltyx y algunos nobles consiguen escapar gracias a
la resistencia de la necroguardia de Ithakas, cuyos escudos contienen a los
marines espaciales el tiempo suficiente.
Están acorralados así que, para
sobrevivir, Oltyx ordena a sus nobles que liberen al culto destructor de
Ithakas: un navío completo lleno de destructores, guiados por el viejo Mariscal
Rojo Borakka, superviviente de Sedh, al que dan rienda suelta para destruir a
los humanos. La violencia desatada es completa y el culto destructor arrasa sin
piedad alguna a todos los marines espaciales. Borakka disfruta mientras toma a
un capellán marine espacial y le arranca media cabeza introduciéndole las
garras a través de la boca para luego desmaterializar su cuerpo con fuego
emnítico.
Esta batalla, sin embargo, deja a
Oltyx en un estado anímico terrible. Imposibilitado de escapar a un destino
cruel, asediado por sus enemigos y con la dinastía en ruinas. Solo la presencia
de Zultanekh, el siempre positivo príncipe Ogdobekh, consiguen sacarle de su
pesar. Los dos juntos, acompañados por su escolta (la necroguardia Ogdobekh
pelea con martillos neutrónicos), terminan de destruir a los últimos marines
espaciales en armadura de exterminador.
Al matarlos, Oltyx se da cuenta
de una realidad que no había percibido hasta entonces: los marines espaciales
les persiguen con cantos de redención. Parece ser que su hermano Djoseras había aniquilado al capitán marine espacial con el que luchaba en la defensa de
Antikef, y los marines espaciales querían venganza. Solo habían obtenido la
muerte a cambio.
Destruida la Lystraegonian y con
todos los marines espaciales muertos, la batalla no ha acabado. El resto de la
flota humana continúa persiguiéndoles. El Polyphemus, aún con la proa
destrozada, continúa destruyendo naves de Ithakas, que se apresuran a través
del Viento fantasmal. Nadie sabe cuánta distancia han recorrido ya ni cuánto
viaje queda. Lo que si saben es que cuanto más tiempo pasen bajo el fuego del
Polyphemus, menos miembros de la dinastía quedarán para contarlo.
Acosado por visiones de
podredumbre y sangre, Oltyx decide tomar una última decisión. Intentará que el
resto de la flota sobreviva a toda costa. Y si debe sacrificarse por ello, lo
hará. Oltyx se da cuenta de que, conforme se acercan a Drazak, las visiones de
Llandu’gor se van haciendo más fuertes. Ya no puede rechazar el virus
desollador por más tiempo.
Antes de que le consuma, Oltyx
monta en el Aeon y se lanza contra el Polyphemus, intentando dañarle y
distraerle para que el resto de la flota consiga huir. El resultado,
naturalmente, es que el Aeon es destruido y Oltyx perece.
O eso piensa, porque se despierta.
No sabe quién es ni dónde está. Despierta y se llama a sí mismo “Nadie”. Solo
tras unos momentos de visiones y regeneración de su necrodermis, empieza a
recordar. Antaño fue Oltyx, Rey de Ithakas, pero ahora ha muerto por dos veces
y despierta sin su cartucho dinástico (destruido por la deflagración de la
Aeon). Ahora es “Nadie” y se encuentra a bordo de la Polyphemus. La Aeon está
destruida en el fondo de un corredor tras haberse estrellado y penetrado en el
interior de la Polyphemus por un rosetón.
Las visiones de Llandu’gor le
poseen y contempla por las vidrieras humanas cómo la Polyphemus bombardea a la
Akrops y está a punto de destruirla. No lo puede permitir, por cuanto debe a
los supervivientes de Ithakas. Monta en cólera y se deja llevar por la
maldición del desollador, que transforma su cuerpo en una criatura monstruosa y
viciosa que se alimenta con la carne de los seres vivos. Invoca a todos los
desolladores de la dinastía, que empiezan a emerger de las sombras y los
vapores de la Polyphemus: y empieza la masacre.
Oltyx recorerrá todos y cada uno
de los corredores de la nave, masacrando a sus habitantes y consumiendo su
carne para satisfacción de sus instintos. La muerte segará a todas las vidas
humanas y, muy pronto, ni siquiera las naves de escolta de la Polyphemus se
atreverán a enviar tropas para intentar liberarla. El miedo se extiende más que
la sangre. Los cañones de la Polyphemus son silenciados y la flota humana
decide retirarse antes de contagiarse con la enfermedad de su nave capitana.
Los desolladores han vencido y no queda un alma a bordo del acorazado humano
que pueda negárselo.
Tras esta victoria, una pequeña
arca fantasma explora la Polyphemus e invita a Oltyx a subirse a bordo. Viaja
hasta el Akrops y, allí, los restantes supervivientes de Ithakas le dan la
bienvenida. Pese a que el monstruo que tienen delante ya no es su antiguo rey,
todos le reconocen como Oltyx y se arrodillan. Y no lo hacen porque sea un
dinasta y phaeron: lo hacen porque, poco a poco, todos ellos se están
convirtiendo en desolladores. E incluso un reino de desolladores necesita rey.
El Viento fantasmal empieza a
despejarse y las estrellas vuelven al firmamento. Han llegado a su destino. La
Akrops desciende sobre Drazak y las nieblas del planeta empiezan a cubrir al
viejo acorazado. Estas nieblas no se despejan ante nadie y, quien se introduce
en ellas, emerge en otro punto del planeta sin poder llegar nunca a cruzarlas.
Sin embargo, utilizando un artilugio del cryptek Mentep, los supervivientes de Ithakas
lo consiguen.
Aterrizan en el planeta y
desembarcan en la capital. Allí les espera una ciudad abandonada y majestuosa,
con hermosas piedras blancas que contrastan con sus caparazones rojos de
costras y sangre humana. Toda la corte de Oltyx y los desolladores se internan
en los palacios huecos. Y allí, en mitad de un salón del trono cubierto de
polvo, Oltyx encuentra una corona abandonada. Su nueva corona. La corona de
Valgûl: el Rey de los Huesos de Drazak.
Pocas me parecen.
Opinión, comentario y crítica.
Espero que os haya gustado el resumen. Ahora voy a utilizar este último
apartado para hablar de los dos libros de la saga en general y ofreceros mi
opinión y valoración crítica sobre los mismos. Después de haberme leído prácticamente
todas las publicaciones sobre los necrones que existen, puedo decir que estas
dos novelas son alucinantes y se encuentran entre los mejores textos
disponibles para los lectores necrontyr.
Sin embargo, no puedo decir que
sea mi favorita, que continúa siendo Severed por todo el cariño y el detalle
que contiene ese fantástico librito. Y también por otro motivo: porque resulta
preciosa, positiva y esperanzadora, algo que disfruto enormemente en el
trasfondo necrón. Pero no vengo a hablaros de Severed; vengo a hablaros de The
Twice Dead King, una novela que representa todo lo contrario: un verdadero descenso a los infiernos
por parte de su protagonista Oltyx.
Las novelas son excelentes y
cargadas de detalles preciosos. Además, hay algo que valoro muchísimo en
cualquier escritor: su formación en estudios clásicos (deformación de
historiador). Y siempre me llega al corazón ambientar cualquier viaje del
protagonista hacia su más profunda miseria entre los textos homéricos. Me
encanta que el rey de Ithakas (Ítaca) experimente una odisea
perseguido por un Polyphemus (Polifemo) y acabe llamándose a sí mismo Nobody
(Nadie). Ya me entendéis: todo el texto viene cargadito de nomenclatura clásica
y, como poseedor que soy de una dinastía de raíces griegas, a mi me toca el
corazoncito.
Pese a todo este mimo y detalle,
las novelas también tienen una carga deprimente. Tienen algunos detallazos que
le suben a uno a la moral (como comprobar que Djoseras vence a un capitán marine
espacial con una cuchilla de vacío -5 ataques de daño 1-, o comprobar como los necrones tiran una supernova para destruir
planetas -asumo que daño 1d6-) pero el tono sigue siendo pesimista. La gloria y el poderío tecnológico de los
necrones están, en ocasiones, a la altura de su trasfondo clásico, pero en
muchas otras son una panda de patanes llorones incapaces de hacer nada bien,
constantemente enfrascados en peleas internas y superados por la tecnología
humana.
Se pueden contar cincuenta páginas en las que afirman que “la tecnología humana no tiene posibilidad alguna contra la necrontyr…” para, acto seguido, ser destruidos por ella. Siempre
existe alguna excepción o alguna norma que hace que los humanos les adelanten
por la derecha. Y si esto sucede una vez no hay problema: todo el mundo comete
errores. Pero que los necrones estén superados toda la novela por la amenaza
humana es ridículo.
Y esto me lleva a una cuestión
adicional que empiezo a notar demasiado en los textos de Games Workshop: el
trasfondo clásico ha desaparecido. Quizás los más veteranos recordéis unos
tiempos en los que Warhammer 40.000 consistía en un universo grimdark en el que
la raza humana se veía asediada por todos los frentes. Seres más antiguos y
peligrosos que los humanos acechaban en la oscuridad galáctica, esperando su
momento para destruir a una humanidad debilitada y enferma por la superstición.
Ahora, sin embargo, la raza
humana no es solo expansionista sino victoriosa. Son los humanos los que
persiguen o amenazan a los demás. El marine espacial ha pasado del salvador que
aparece en el último momento y salva el día antes de marcharse a otro campo de
batalla desesperado… a ser un matón que persigue a los enemigos de la humanidad
sin importar la potencia de estos. Parece que hemos pasado al mundo opuesto y
son los pobres necrones los que se pasan novela y media huyendo de los
castigadores humanos. Y esto teniendo en cuenta que su tecnología y su especie
son inferiores. En las novelas, acaba cansando como esos primates a los que
tanto desprecian superan constantemente a lo mejorcito de la tecnología y el
poder necrón. Para muestra un botón: tres líderes necrones con báculo de luz
intentan flanquear a unos intercesores marines: sus rayos de luz matan a un
marine espacial, y después mueren los tres frente a “ese primitivo fuego de
armas de pólvora”. Y no reanima ni Lázaro. Quizás sea yo que me hago viejo o
quizás sea que, con los nuevos codex, resulta que el verdadero lugar de los
necrones no es amenazar al Imperio, sino servirle de saco de boxeo (algo que, a
nivel de reglas, ya no sorprende a nadie).
Volviendo a las novelas, hay que
destacar más momentazos. Un líder supremo destruyendo un Titán Warlord con una
flecha taquión es algo que merece mencionarse. O destacar al Accipritine Aeon:
la aeronave personal de Unnas y luego de Oltyx. La describen como un bombardero
necrón Nightshroud pero algo más grande: con capacidad ofensiva infinita, un
saloncito del trono interior y hasta un compartimento para la necroguardia. Con
este bólido, Oltyx llega a enfrentarse y destruir pequeños destructores
imperiales. La novela afirma que esta nave no se diseñó pensando en el ahorro o
el equilibrio, sino en la más desproporcionada superioridad aérea.
De la mano de la Aeon y de otras
naves de la flota necrona, se puede disfrutar de impresionantes batallas
navales. El fin del Arka Mechanicus Tyresias a manos de una escolopendra
galáctica necrona resulta alucinante, especialmente mientras Oltyx y sus
necroguardias, equipados con hachas de abordaje, asaltan sus entrañas. Y junto
a estos combates muchos otros, demostrando la enorme potencia de los látigos de
partículas y la superioridad de los navíos necrones (eclipsada, como digo, por meros
cruceros humanos).
También se puede disfrutar mucho
de algunos conceptos necrontyr en los que las novelas aportan nuevos detalles.
Mi preferido ha sido el de la Heka: la voluntad del rey. Según esta,
todo lo que diga el rey es cierto, y todos los vasallos deben esforzarse en que
así sea. Si el rey afirma que se vencerá una batalla, es que así va a ser y
todos los vasallos deben aceptarlo y contribuir a ello. Si no se vence, es que
la Heka del rey no es lo bastante fuerte. Pero eso no puede suceder,
puesto que, si así se ha dicho, así ocurrirá.
Otro momento interesante
relaciona a un personaje que no he querido mencionar en los resúmenes. Se trata
de Denet, un antiguo noble necrón al que el Rey Silente había regalado una
división completa de monolitos. Algunos ya han oído esta historia: pero resulta
que el señor Denet introdujo estos monolitos en una dimensión alternativa para
ocultarlos durante el Gran Sueño y, al despertarse de este, resulta que no los
encuentra. Es un personaje ridículo donde los haya. Sin embargo, Denet tiene
una última aparición antes de que acaben las novelas. Justo al final, cuando la
Polyphemus está a punto de destruir al Akrops con sus cañones, este noble
consigue recordar misteriosamente la dimensión de sus monolitos, y los invoca.
Los últimos disparos de la Polyphemus antes de que Oltyx masacre a toda su tripulación,
no destruyen la Akrops porque Denet levanta una pared de monolitos frente a
ella. Este desenlace, aunque dotado de cierta épica, cierra definitivamente el
círculo de lo ridículo en torno a este personaje. Y también deja muy clara cuál
es la opinión de Games Workshop sobre los pobres monolitos. En lugar de tener
una gloriosa aparición y utilizarse para obtener una victoria basada en la
supremacía tecnológica, los monolitos son una mera pared para destruir y
olvidar. Resulta casi tan triste como contemplarlos coger polvo en la
estantería.
Y ya que hablamos del Rey
Silente: se le menciona en varias ocasiones a lo largo de la novela. Y, sin
embargo, no aparece ni se le espera en ningún momento. Quizás sea yo, que tengo
las expectativas muy altas, el que no debería hacerse ilusiones con él. Supongo
que era mucho esperar que, en dos novelas publicadas poco después de la
aparición de la miniatura del Rey Silente, este tuviese algún tipo de
aparición. No es así. No hay nada en torno a su presencia en la galaxia ni
pista alguna sobre lo que pueda estar haciendo en ese momento. Tampoco se
menciona prácticamente al Nexo Pariah. Otra oportunidad perdida.
Las novelas tienen algunas otras
cositas aprovechables. Hay alguna referencia a Severed e incluso a Imotekh, lo
que demuestra que este sigue haciendo de las suyas por la galaxia. Personajes
como Zultanekh, el príncipe de la dinastía Ogdobekh, resultan agradables en un
entorno tan absolutamente deprimente como es la corte real de Ithakas.
Zultanekh es un cínico a la altura de Trazyn el Infinito y su optimismo resulta
contagioso. Mientras que Oltyx no hace sino llorar y entristecerse por los
suyos, Zultanekh tiene una nave de altísima tecnología (la Philotomokh)
y da caza a los humanos con una pasión y una destreza que da gusto verlas.
Nadie le hace sombra y ha sabido superar el pesar de la inmortalidad buscándose
objetivos y metas. Tiene todo el tiempo del mundo y lo sabe, así que disfruta
de su tiempo en lugar de lamentarlo. Como él mismo afirma en la novela: “Con la
inmortalidad, a todos nos llega la locura. Simplemente, yo me encuentro cómodo
en la mía”.
Hay otros muchos personajes a
destacar: Yenekh es el gran almirante del Akrops, y una de las figuras más
importantes de la novela, después de Oltyx, Unnas o Djoseras. Será uno de los
primeros desolladores en transformarse, lo que no le impedirá seguir siendo
gran almirante de un Acorazado clase Cairn. También destaca Mentep, el cryptek
que sigue a Oltyx y que va a tener un protagonismo inmenso a partir de la
segunda novela. ¿Qué más se puede decir de un cryptek capaz de diseñar un arma
capaz de matar a un dios? Que ojalá tuviese miniatura. También hay que
mencionar a Lysikor (el traicionero duque de los omnicidas y un asesino muy
peligroso) o a Neth (un defectuoso Guardia Real que acompañó a Oltyx al exilio
y que hace cuanto puede por servirle).
Pero uno que me gusta
particularmente es el Mariscal Rojo: Borakka. Es un líder destructor que
acaudilla a los suyos en Ithakas: tampoco es que tenga muchas palabras, pero no
se anda con dramas. Es uno de los colaboradores que empujaban a los necrontyr a
la biotransferencia y, tras esta, se le permitió seguir causando la
destrucción. Y lo hace muy bien: no hay marine que se le ponga por delante.
Sabes que si Borakka va a la cabeza, pobre del enemigo.
Un último personaje al que
también quiero dedicar unas líneas es Pakhet: la líder de la necroguardia de
Ithakas. Esta necrona es la mejor guerrera de la dinastía y tiene el rango de
Guardia Real. Ojalá algún día podamos ver un Guardia Real Necroguardia
(Vargard), algo que ya está apareciendo varias veces en el trasfondo y que
ojalá tenga representación en el juego de mesa.
Hablemos ahora de los protocolos
de reanimación: son prácticamente inexistentes durante las novelas. Se ve que
no sacaron suficientes 5s mientras la escribían. Tanto en la batalla por
Antikef como en las luchas en la Akrops, no parece que retorne ningún necrón
destruido. Puedo entender que en las batallas de la Akrops no existan los
sistemas de regeneración que hacen famosa a la raza necrona. Como dicen ellos:
ya no nacen necrones, pero tampoco es fácil que mueran. Esto es particularmente
sorprendente en la batalla de Antikef: es cierto que la cruzada humana tiene
unas dimensiones desproporcionadas, pero igual se piensan que atacar un Mundo
Corona es pasearse por la plaza del pueblo. Solo existe una justificación que,
como digo, se repite constantemente: la decadencia de la dinastía. Claramente,
es una saga entre gótica y emo: el óxido ha vencido a la gloria.
Y Oltyx es el protagonista de
estos pensamientos tan lúgubres. Pese a ser el más dinámico y potente de los
dinastas, se ve maldecido por la indecisión y el pesar. Así hasta que acabe
decayendo en el virus desollador. Incluso ahí le falta un poquito de determinación y
de demostración de fuerza, aunque hay que reconocer que convertirse en el
heredero de Valgûl, el Rey de los Huesos, es un momentazo increíble de la
novela. Un detalle de Oltyx en el que no he ahondado durante los resúmenes es
que despierta de la biotransferencia con cinco sub-personalidades que le
hablan (doctrinal, estratégica, combate, analítica y xenológica) y que luego se
materializan en el escarabajo canóptico que le ayuda de vez en cuando. Este
canóptico cumple varias veces la función de deus ex machina
(literalmente), y a veces resulta un tanto anticlimático. No obstante, se le
coge cariño.
Para finalizar este extenso
comentario de la obra, quiero señalar el momento que, probablemente, más
implicaciones tenga para el trasfondo de toda la raza necrontyr. Por fin se ha
revelado lo que siempre había quedado a medio decir en torno a Llandu’gor.
Efectivamente, este c’tan murió y lo hizo en un lugar llamado la Puerta de
Sokar. Un lugar que ahora se conoce simplemente como Drazak. Tiene mucho
sentido.
La muerte del c’tan se produjo
cuando varias dinastías se reunieron para acabar con él. Y con ayuda de los
cryptek, desataron algún tipo de fuerza que despedazó al dios e inició la
maldición del desollador. Una fuerza de la que los necrones no quedaron
exentos. Unnas, por ejemplo, acudió a Sokar con sus legiones a bordo del
Akrops: y esta nave regresó a Ithakas semidestruida, con Unnas sentado en su
trono de mando, sin decir una sola palabra y trastornado. Lo que tuvo que pasar
allí debió de ser aterrador e impresionante en igual medida. Ojalá nos regalen
nuevos detalles sobre el tema en el futuro.
Precisamente, el tema de los
desolladores todavía puede dar muchísimo juego. En la novela, los caracterizan como
necrones sintientes. No están locos sin más. Son capaces de seguir órdenes e
incluso de expresarse (siempre y cuando pudiesen hacerlo antes de transformarse).
Se juntan en manadas porque los demás necrones los desprecian, pero las novelas
destacan su puntito tierno. Dicen, literalmente, “que solo hay una cosa peor
que soportar la maldición: soportar la maldición en soledad”. De ahí que podamos
ver una corte de los desolladores y que estos, incluso aunque ya no pertenezcan
a una dinastía, no renuncian a servir a su rey. Es trágico y bonito a su
manera, y eso a mi me convence.
Cierro aquí el comentario y la
review. He disfrutado mucho de esta saga y he podido valorar su extensión:
sobre todo en comparación con la brevísima Severed. Aporta, tras esta, una
buena cantidad de trasfondo de nuevo cuño: olvidándose en gran medida de
cualquier trasfondo clásico anterior al codex de 5ª edición. Son necrones
renqueantes y lastimados, aunque deja abierta la puerta a que otras dinastías
tengan a legiones inmortales mucho mejor conservadas y fuertes. Esta obra no
deja de ser ese viaje a los infiernos que señalaba al principio, la
manifestación más pura de la decadencia de una dinastía a punto de desaparecer
y la necesidad de aceptar al monstruo desollador que todos llevamos dentro. Si
os apetece ese tono más dramático que trágico, os invito a leer The Twice Dead
King: la saga de Oltyx, el rey dos veces muerto.
Szarekh ascendant.
Solaris ascendant.
Saguardia ascendant.
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